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De Imperios a Naciones

La cruzada contra la herejía cátara

En tiempos donde la Iglesia Católica se encuentra pasando dificultades internas, en algunas zonas de Europa aparecen nuevas manifestaciones religiosas disidentes de la religión oficial. Una de ellas fue el catarismo, que se asentó por el Languedoc. El Papa Inocencio III era consciente del poder que este grupo de herejes poseía en la zona con su evangelización. El principal problema era que se había consagrado como Iglesia, lo que provocó el rechazo de Roma.

Inocencio III, una vez agotada la vía diplomática, buscó legitimar el uso de la fuerza. Para ello, recurrió al rey de Francia, Felipe II, quien se encontraba en una disputa con Inglaterra. Las cartas enviadas por Inoncencio III fueron, por decirlo de alguna forma, ignoradas. Inocencio III había agotado su paciencia y decidió promover una cruzada. Las ganas de acabar con los cátaros se agravaron con la muerte de Pedro de Castelnau, monje cisterciense asesinado a las orillas del Ródano por el escudero de Raimundo VI.

El principal antecedente de la cruzada contra los herejes fue la muerte de Pierre de Castelnau el 15 de enero de 1208, donde Raimundo VI fue acusado por Inocencio III de ser el asesino. Sin embargo, fue su escudero el que cometió el asesinato porque pensó que se ganaría el favor del conde de Toulouse.

El 9 de marzo de 1208, dos meses después de la muerte de Pierre de Castelnau, Inocencio III manda una carta que dice:

Expulsadle, a él (Raimundo VI de Toulouse) y a sus cómplices, de las tierras del Señor. Despojadles de sus tierras para que habitantes católicos sustituyan en ellas a los herejes eliminados (…) La fe ha desaparecido, la paz ha muerto, la peste herética y la cólera guerrera han cobrado nuevo aliento. Os prometemos la remisión de vuestros pecados a fin de que, sin demoras, pongáis coto a tan grandes peligros. Esforzaos en pacificar las poblaciones en el nombre de Dios, de la paz y del amor. Poned todo vuestro empeño en destruir la herejía por todos los medios que Dios os inspirará. Con más firmeza todavía que a los sarracenos, puesto que son más peligrosos, combatid a los herejes con mano dura y brazo tenso (…)”.

Barreras, D. «La cruzada albirgense y el imperio aragonés»
Dibio del papa Inocencio III
Representación de Inocencio III

Se formó un ejército de 20.000 hombres para iniciar la cruzada contra los herejes. Los hombres que comandarían el ejército serán el Duque de Borgoña y el Conde de Nevers, apoyados por las tropas de Simón de Monfort. En cambio, Raimundo VI, el vizconde de Carcassone, Roger Trencavel, el conde Foix, los burgueses y sus mercenarios no esperaban un ataque tan feroz por parte de los cruzados.

El ejército cruzado estaba compuesto por caballeros, escuderos, sargentos, sirvientes, arqueros, ballesteros y mercenarios. Los mercenarios fueron los más feroces al destruir todo a su paso con el objetivo de obtener botines.

Para ganar la guerra, los hombres se centraban en sitiar las pequeñas ciudades amuralladas. En los asedios la paciencia era la clave, ya que si se conseguía asediar la ciudad durante mucho tiempo, la resistencia de la población descendía a causa del hambre y la sed, lo que provocaba al mismo tiempo la propagación de enfermedades. El paso por la campiña se notó cuando arrasaban las cosechas, viñedos y ganados con el fin de provocar el hambre y la sed a sus enemigos.

Los primeros pasos de la cruzada albigense

El 20 de julio de 1209 el ejército cruzado llegó a Montpellier, donde fue acogido por el rey Pedro II. Al enterarse de la llegada de los cruzados a Montpellier, el Conde de Toulouse y el Vizconde de Carcassonne acuden a la residencia de Pedro II para pedir expresamente al ejército cruzado que no atacasen sus tierras. Sin embargo, la cruzada había sido ordenada por el Papa, por tanto, ante tal orden, el ejército cruzado no tenía otra opción que negar sus peticiones. Una vez recibido el rechazo de los cruzados, ambos volvieron a Béziers para informar de lo sucedido.

Los sucesos que acaecieron en aquel lugar forman parte de uno de los episodios más cruentos y despiadados que se vivieron en el sur de Francia. Los acontecimientos se desarrollan con la llegada de los cruzados el 21 de Julio a las murallas de Béziers, que protegían en su interior aproximadamente unos 20.000 vecinos.

Arnaud Amaury, abad de Cîteaux, exigió la entrega de 220 herejes alojados en el interior de las murrallas, los cuales debían ser entregados por el propio obispo de Béziers, Renaud de Montpeuroux. La respuesta fue clara: «Preferimos ser ahogados en el mar que entregar a nuestros conciudadanos y renunciar a defender nuestra ciudad y nuestras libertades«.

Ejército cruzado contra el movimiento albigense
Ataque del ejército cruzado contra los «perfectos»

La respuesta no provocó muchas risas a Arnaud Amaury , quien estaba preocupado por el tiempo que disponía para acabar su cometido. Sin embargo, la situación del abad mejoró cuando algunos habitantes envalentonados salieron de las murallas con la intención de provocar a los sitiadores. Desde aquel momento, su suerte cambió para desgracia de los que se encontraban refugiados dentro de las murallas. Los mercenarios observan la situación y embisten para frenar el cierre de la puerta.

Ya dentro de la fortaleza, el escenario que se plantea va a ser uno de los mas grotescos que se vivieron. Católicos y cátaros acudieron despavoridos a las iglesias para refugiarse. Al mismo tiempo, los cruzados comenzaron a pasar a cuchillo a los hombres y a violar a las mujeres que se encontraban en medio de su camino. Por otro lado, cuando se acercan a las iglesias llenas de personas asustadas Arnaud Amaury pronuncia las siguientes palabras: ¡Matadlos a todos!¡Dios reconocerá a los suyos!

La iglesia de Sant-Nazaire fue quemada con niños, ancianos y mujeres en su interior. También, fueron quemados vivos 222 herejes en la hoguera y la ciudad acabó saqueada y destruida. Una vez cumplida su misión en Béziers el ejército cruzado pone rumbo a Carcassonne. Las escenas que se acometieron en la toma de Béziers quedaron grabadas por el sacerdote Guillermo de Tudela en la Canción de la cruzada contra los albirgenses.

Seis días fueron necesarios para llegar hasta Carcassone. Allí se encontraron con una población atemorizada a causa de lo que había ocurrido en Béziers. Los molinos de la región fueron destruidos, mientras que los cruzados estaban abastecidos de suficiente pan. Vaux-de-Cernay cuenta «los herejes decían también, a causa de esto, que el Abad del Císter era un encantador y que había traído a los demonios bajo apariencia humana. El conflicto comienza el 3 de agosto y el ataque dura hasta el 8 de agosto, momento en el que entran al recinto. Los cruzados acabaron su trabajo cuando terminaron con la población refugiada en la Citadelle.

Fotografía de la Citadelle de carcassonne donde los cruzados acabaron con la vida de los cátaros
Carcassonne

El paso del tiempo hizo estragos en la ciudad. La miseria envolvió la Citadelle cuando los víveres escasearon y las enfermedades florecieron. La situación se tornó gris y el Conde de Toulouse tomó la iniciativa de negociar con Arnaud Amaury, el cual sería arzobispo de Narbona a partir de 1212. La respuesta que recibe de Armaury es la posibilidad de escapar él con doce caballeros a cambio de abandonar a su gente en manos de los cruzados.

El Conde de Toulouse no estaba dispuesto a aceptar tales condiciones, por lo que decide resistir, pero, pese a eso, la situación en la Citadelle es insostenible y el Conde toma la decisión de ceder la población a manos de los cruzados. Otra vez las escenas cruentas que se vivieron en Béziers se repiten. El ejército se lanzó al pillaje y los herejes fueron quemados vivos en la hoguera. El botín obtenido fue inmenso; con una cantidad considerable de oro, plata, caballos, vestimentas… Al mismo, el vizconde Trencavel acabó preso. Éste muere de disentería en la prisión, según unos, o envenenado por sus enemigos, según otros.

Expulsión de los albirgense de Carcassonne
Expulsión de los cátaros de Carcassonne

El comienzo de la segunda parte de la cruzada

Arnaud Amaury quiere traspasar a un noble la dirección de la cruzada junto con los títulos de «Trencavel». Para ello, se lleva a cabo una conferencia con el objetivo de elegir al nuevo líder del movimiento antiherético. En esta toma de decisiones el Papa y Arnaud Amaury intervinieron en la elección de Simón de Montfort como líder de la cruzada y señor de las tierras heréticas. Monfort acepta.

El nuevo elegido era un hombre de 45 años con ambiciones y una profunda creencia religiosa. Tenía importantes posesiones, siendo además conde de Leicester en Inglaterra. No obstante, el antiguo ejército cruzado regresa a casa porque la cuarentena ya había acabado. Después del invierno, un grupo de soldados acuden a reforzar el ejército de Simón de Montfort. Éstos estaban interesados en participar en la guerra por el pillaje y la garantía del perdón de sus pecados pasados.

La cruzada siguió su curso con escenas atroces: desmembramientos de orejas, brazos, piernas, incluso llegaron a desollarlos. Durante los años 1210 y 1211 cayeron en sus manos los castillos de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur. Los herejes allí refugiados fueron quemados vivos en las hogueras.

Busto de Simon de Montfort
Busto de Simón de Montfort (Ray9, CC-BY-SA-3.0)

Las imagen que proyecta Simón de Montfort es la de un hombre cruel, sin piedad, audaz. Además, se comportó como un colonizador al conquistar, saquear, incendiar y destruir las cosechas y ganados. La toma de castillos como el de Minerva significó la quema de 60 herejes, donde sólo se perdonaron a tres mujeres a cambio de aceptar de nuevo el catolicismo. Finalmente, el Vizcondado de Trencavel acabó en manos de Simón de Montfort.

Al mismo tiempo, el Conde de Toulouse, Raimundo VI, tomó camino a sus tierras tras cumplir su cuarentena. En su vuelta intentó conciliarse con la iglesia, además de mantener relaciones diplomáticas con Felipe Augusto, Oton IV y Pedro II. Sin embargo, cuando le solicitan la entrega de herejes éste se niega. El Papa excomulga a Raimundo VI., aunque convoca dos concilios para restablecer las relaciones y solucionar la cuestión de los herejes en sus tierras.

Escultura de Raimundo VI conde de Toulouse
Escultura de Raimundo VI, Conde de Toulouse (Guérin Nicolas, CC BY-SA 3.0)

Las opciones que le proporcionan son escasas, por lo que decide negarse de nuevo. La situación está complicada para Raimundo VI, quien necesita el apoyo de un personaje influyente para hacer frente a los ataques de Simón de Montfort. El aliado que encuentra es Pedro II que, tras intentar mediar con la iglesia y ser rechazadas sus peticiones, no tiene otra opción que intervenir directamente en el conflicto.

Raimundo VI y Pedro II se enfrentan en la batalla de Muret contra Simón de Montfort. La contienda acaba con la muerte de Pedro II al comienzo de la batalla, acto seguido sus tropas huyen y Raimundo VI se retira del campo de batalla para refugiarse en tierras de Provenza. Las consecuencias de su derrota las sufrirán Foix, Narbona y Comminges, ya que sus tierras acabaron siendo parte de los cruzados. Por razones que desconocemos, Simón de Montfort no asedió Toulouse, lo que dejó paralizada la contienda durante dos años.

La reconquista de Toulouse

Cuando se retoma la marcha contra los albigenses, el arzobispado de Narbona está en manos de Pierre de Benevents. Éste manda en 1215 a los cruzados entrar en Toulouse, ya que las tierras le fueron concedidas a Simón de Monfort en el IV Concilio de Letrán. A cambio, el hijo de Raimundo VI, el futuro Raimundo VII, recibió el marquesado de Provenza como consolación.

Cruzada en toulouse
Cruzada en Toulouse

Raimundo VI y su hijo se exiliaron a Inglaterra hasta que en el año 1216 Raimundo VII vuelve al marquesado de Provenza. El retorno de Raimundo VII tenía como finalidad recuperar los territorios de su condado. Marsella, Aviñon y Arlés apoyaron la iniciativa, consiguiendo conquistar Beaucaire. Su padre, que por entonces estaba refugiado en Cataluña, decide cruzar los Pirineos donde, con la ayuda del conde de Comminges y de Foix sumado a la provocación de una revuelta ciudadana, consiguen expulsar a los cruzados de Toulouse el 13 de septiembre de 1217. Las tropas de Monfort se agrupan, pero tras unos meses de lucha, el 25 de junio de 1218 muere Simón de Monfort por una roca en la cabeza lanzada desde un muralla por muchas damas tolosanas.

Últimos pasos para el final de la cruzada albigense

El hijo de Monfort, Amaury de Monfort, reclama el derecho a suceder a su padre en la cruzada. Junto a Honoro III, actual Papa, piden ayuda al rey de Francia. Esta llamada tiene como resultado la participación del príncipe de Francia, el futuro Luis VIII. Con todo listo, la primera ciudad en ser saqueada y asesinada toda su población fue Marmande. Ya en 1219 sitian Toulouse, pero al pasar los 40 días, el hijo del rey de Francia se retira al norte. Tras retirarse, el Conde de Toulouse y sus vasallos comienzan a recuperar parte de sus territorios.

El triunfo occitano produce una reacción de afirmación nacional. Por un lado, el catarismo resurge de nuevo formando parte de la sociedad, además se restablecen los obispados e, incluso, se construye uno nuevo en Razés. Por otro lado, el cristianismo se mantiene y hasta se produce un aumento de predicadores, así como de conventos. Se vive una tolerancia entre católicos y herejes, que hacía parecer que la persecución contra la herejía no se había producido.

El toque final del rey de Francia Luis VIII

La tranquilidad se acabó cuando Luis VIII, rey de Francia, comanda la cruzada. Previo al lanzamiento de la cruzada, el Papa le había concedido todas sus peticiones, como que los dominios y propiedades condales pasasen a manos del rey o protección eclesiástica al rey y a su reino. En 1226 llegan a Longuedoc y ocupan Aviñón, Béziers, Carcasona y Pamiers. Todos los territorios pasan ahora a manos de la corona francesa, mientras que los obispos les juran fidelidad al rey. En cambio, Tolosa y Foix mantienen su independencia. En estos momentos, el rey decide dejar la toma de Toulouse para el año siguiente, si bien el rey Luis VIII muere de vuelta a casa a causa de un enfermedad.

Blanca de Castilla, esposa de Luis VIII, es proclamada regente del futuro rey Luís IX. La primera decisión que tomará la nueva regente es negociar la paz con Raimundo VII. Para ello es convocado en Meaux, pero es hecho prisionero nada más llegar a la ciudad. El 12 de abril de 1229 Raimundo VII acepta las peticiones de Blanca. Éstas eran: el reparto de sus estados entre la iglesia y el rey, casar a su única hija con uno de los hermanos del rey, Alfonso de Poitiers y, en caso de que no obtuvieran un heredero, el condado pasaría a formar parte de la corona del rey. Por último, aceptó exterminar la herejía en sus tierras con ayuda de la Inquisición.

A cambio, lo que obtuvo Raimundo VII después de resistir antes tantos ataques, fue la humillación pública de la absolución en París. Guillermo de Puilarens lo describe: «Daba pena ver a aquel hombre, que había resistido tanto tiempo a tantos hombres y naciones, conducido al altar desnudo, en camisa, calzones y con los pies descalzos«.