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DE IMPERIOS A NACIONES

¿Dónde están las llaves de Sefarad? Historia de un mito moderno

Cuenta la leyenda que, al ser expulsado de la Península Ibérica en 1492, los judíos cerraron sus puertas por última vez y se llevaron consigo una llave de hierro. Grande, pesada y con el tiempo oxidada, esa llave viajó al exilio no como un objeto útil, sino como una promesa: la esperanza tangible de regresar algún día a Sefarad.

Esta imagen se ha convertido en uno de los tres grandes pilares de la identidad sefardí, junto a la lengua ladina y la famosa frase del sultán Bayezid II sobre la necedad de los reyes españoles. Sin embargo, cuando soplamos el polvo de la historia, surge una pregunta incómoda: ¿es este relato un hecho documentado o una hermosa ficción? Las crónicas de la expulsión narra con detalle el oro tragado y los bienes malvendidos, pero guardan un absoluto silencio sobre las llaves. No es hasta los siglos XIX y XX cuando este objeto de hierro comienza a sonar en la literatura y la memoria, transformándose en el poderoso emblema de nostalgia que conocemos hoy.

El simbolismo de la llave

Una llave no es solo un metal tallado. En el imaginario colectivo, es un emblema de autoridad: quien tiene la llave, tiene el poder.

Este simbolismo hunde sus raíces muchos antes de 1492, en los propios textos bíblicos. Ya el profeta Isaías (22:22) hablaba de poner «la llave de la casa de David» sobre el hombro del elegido, otorgándole el poder absoluto de abrir y cerrar sin que nadie pudiera oponerse. De igual modo, en el Evangelio de Mateo (16: 18-19), las llaves del Reino de los Cielos entregadas a Pedro simbolizan la capacidad divina de atar y desatar en la tierra y en el Cielo.

Escudo pontificio. Las dos llaves cruzadas representan la autoridad espiritual otorgada por Jesús a Pedro en el Evangelio de Mateo (16:19)

Para los sefardíes, cargar con la llave al exilio no era solo un acto práctico, sino una reivindicación de ese poder. Aunque expulsados, seguían siendo los «dueños» morales de su historia; la llave era el testigo físico de su pertenencia a la tierra perdida.

Sin embargo, aquí la leyenda choca con la realidad. Voces autorizadas como Moshe Shaul, expresidente de la Autoridad Nacional de Ladino, han puesto en duda la veracidad histórica de este relato, confesando que en su propia familia nunca vio tal objeto. A esta postura se suman investigadores como Iacob M. Hassán, quien señalaba la imposibilidad logística de que existieran tantas llaves para las casas que realmente había en Toledo.

El silencio de los cronistas

Para entender si las llaves viajaron en los bolsillos de los exiliados, lo primero es mirar qué dijeron los testigos contemporáneos a la expulsión. Los cronistas de la época, como el cura Andrés Bernáldez o el historiador judío Eliyahu Capsali, narraron con todo detalle la salida. Nos contaron que los judíos tuvieron que malvender sus propiedades, cambiando «una casa por un asno» o «una viña por un poco de paño». Nos contaron incluso los terribles extremos a los que llegaron para sacar sus riquezas, como tragar monedas de oro. Pero, de las llaves no dijeron ni una palabra.

Pensándolo bien, después de vender su casa (o expropiada), ¿para que querían llevarse la llave? Además, como hemos mencionado antes, era imposible que cada sefardí guardase una llave, pues en Toledo no había tantas casas. Durante los siglos siguientes, el XVI y el XVII, la literatura sefardí guardó un silencio absoluto sobre este tema. Nadie escribió poemas a las llaves, ni las mencionó en sus crónicas. Entonces, ¿de dónde salió el mito?

El origen de una leyenda

Para muchos les parecerá curioso que las primeras mencionJhes escritas sobre «llaves del exilio» no eran judías, sino musulmanas.

Hacia el 1859, durante la Guerra de África, cronistas y soldados españoles entraron en contacto con los habitantes del norte de Marruecos. Allí surgieron relatos de descendientes de moriscos que aseguraban conservar las llaves de sus antiguos palacios de Granada o Córdoba.

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Parece que esta historia fue contagiosa. A medida que avanzaba el siglo XIX y crecía el interés romántico por el pasado español, la narrativa de la llave pasó de los moros a los judíos. La primera mención explícita de un judío guardando una llave no aparece hasta 1902, en un texto de Ernst Bark, un romántico revolucionario de origen estonio; más de cuatro siglos después de la expulsión. Fue en la inauguración de la Sociedad de Librepensamiento en Madrid. En su discurso El alma española, aseguró que en las aldeas hebreas de Rumanía y Hungría, conservan los patriarcas las llaves de sus casas de que les expulsaron la avidez de los reyes.

La influencia de un senador español

Si hubo un responsable de convertir esta leyenda en una «verdad» indiscutible, fue el senador español Ángel Pulido a principios del siglo XX. En su afán por reconectar España con la comunidad sefardí (una campaña conocida como filosefardismo), Pulido utilizó la imagen de las llaves para tocar la fibra sensible de los políticos y la sociedad española.

El senador Ángel Pulido, impulsor del acercamiento a los sefardíes a principios del siglo XX.

Pulido llegó a citar al respetado historiador Amador de los Ríos para validar la existencia de estas llaves. La cita aparece en su libro Españoles sin patria (1905), donde afirma que«no faltaban algunos que traían las llaves de las moradas, abandonadas por sus abuelos». El problema es que esa cita es falsa: Amador de los Ríos nunca escribió sobre llaves en sus obras principales. Fue una invención política o un error que, sin embargo, caló hondo. La «Clavemanía» se desató: novelas, artículos de prensa y discursos políticos empezaron a hablar de estas llaves oxidadas como si fueran hechos probados. Un ejemplo es el articulo del periodista Luis de Oteyza, donde afirmaba categóricamente que, aunque los moros fuera leyenda, los judíos «conservan la llave de sus casas españolas… y con la llave quieren abrir las cerradas puertas».

Otros periódicos como El siglo Futuro o La Lectura Dominical (1917) se burlaban de la campaña de Pulido y de las llaves, calificando todo el asunto del recuerdo de España y las llaves como «pura faramalla» (mentira) creada para fines políticos.

No obstante, el efecto de la clavemanía fue tan fuerte que la propia memoria de las familias sefardíes se transformó. Mientras que las memorias escritas por ancianos nacidos a mediados del siglo XIX no mencionan las llaves, los relatos escritos décadas más tarde, ya influenciados por esta corriente romántica, están llenos de ellas. La leyenda se había transformado en recuerdo.

La memoria cantada: Del cajón al fondo del mar

Si la existencia física de las llaves es cuestionable, su existencia emocional en el folclore es indiscutible. La tradición oral se encargó de fijar en el pentagrama lo que quizás no pudo conservarse en hierro.

La banda sonora de esta nostalgia tiene un nombre propio: Flory Jagoda. Esta cantautora sefardí, nacida en Sarajevo en 1926, compuso la canción que se convertiría en el himno de esta leyenda. La Yave de Espanya. En sus versos, Jagoda no se pregunta por la autenticidad del metal, sino por su paradero: «Onde esta la yave ke estava in kaxun?» (¿Dónde está la llave que estaba en el cajón?). La canción asegura que sus abuelos se la trajeron consigo «con grande dolor» de su casa de España, cristalizando así el mito en una verdad sentimental indiscutible.

Quizás la pista más sorprendente se encuentre en una melodía que todos hemos tarareado de niños: «¿Dónde están las llaves? Matarile, rile, rile… en el fondo del mar«.

Lo que parece una canción infantil inocente esconde, según el académico Federico Corriente, un eco del árabe andalusí. Ese extraño estribillo, «matarile, rile, rile», provendría fonéticamente de ma tarí li, rili, rili, una frase que podría traducirse como un diálogo de adivinanzas: ¿Qué vas a adivinar? Adivínamelo, adivínamelo…».

Hay una lectura aún más estremecedora. El jurista y profesor Antonio Manuel sugiere que matarile podría ser la suma de dos términos árabes: mawt (muerte) y rihla (viaje). Bajo esta interpretación, la canción dejaría de ser un juego para convertirse en un lamento histórico: el recuerdo de aquellos que, llaves en mano y esperando volver a su hogar, encontraron su final en el «viaje de la muerte», perdiendo algunos la vida en esa cruce del estrecho y acabando sus llaves en el fondo del mar.

Testimonios de la existencia de las llaves

Existe un número de testimonios concretos de personas, tanto sefardíes como periodistas, que aseguran haber visto, tocado o mostrado estas llaves. Posiblemente la llaves que mencionan no sean de 1492, pero confirma que el objeto físico existe en la vida de muchas familias sefardíes como símbolo.

Aquí mencionamos algunos de esos testimonios más destacado:

  1. El mercader de Sofía (Finales del s. XIX)

Este es quizás el testimonio más detallado y antiguo mencionado por una fuente directa. David Melul relata una anécdota contada por el diplomático Juan Muñoz sobre su estancia en Bulgaria a finales del siglo XIX. En él nos cuenta que un comerciante sefardí en Sofía llevó al diplomático a una habitación íntima, donde abrió un baúl antiguo con varios siglos de existencia y de él sacó un objeto envuelto en paños finos. Era una «grande yave ferojenteada« (oxidada). El comerciante emocionado le dijo: «Esta es la yave ke mis antepasados tomaron kon si kuando duvieron salir de Espanya».

2. La llave del «Bohor»

En las memorias de Enrique Saporta y Beja (1982), se escribe una escena doméstica muy visual que refleja la tradición familiar. El personaje Avram Toledo recuerda ver colgada en la pared de su casa una «grande yave ferrojenta«. Explica que su padre se la dio en custodia porque, según la tradición, «el bohor (hijo primogénito) era syempre el guadran de esta yave».

3. El periodista en Shanghái

Ante la duda de los académicos sobre la existencia real de las llaves, el periodista Gaspar Tato Cumming escribió una carta al director del ABC en 1994 asegurando haber visto una. En ella afirmaba tajantemente «Es la única [llave]que vi [en Shanghai] […] Sí existen las «yaves», señor Shaul. No es un tópico».

La llaves aparecen en biografías de autores sefardíes como el de Rafael Arditti, donde describe que en un muro de su casa «colgaban una llave grande muy antigua» y afirmaba que en la mayoría de casas judías se podía ver un objeto similar. Otro testimonio, en este caso una mujer, Brenda Serotte, menciona que una prima de su padre, Zimbúl, todavía conservaba la llaves de su casa ancestral en Córdoba. Por último, Eliette Abécassis, relata cómo su abuelo le entregó las llave justo antes de una ceremonia, diciéndole que era la que sus ancestros se llevaron al dejar España.

El más polémico de los testimonios es el de Carlos Zarur. Este protagonizó uno de los episodios más polémicos ocurrido en julio de 2013, durante un congreso internacional en Zamora. Allí, el mexicano presentó ante el público un objeto envuelto cuidadosamente en satén, tratándolo como una reliquia sagrada. Al descubrirlo, mostró una vieja llave y sentenció: «La llave que conserva mi familia pudo abrir la última sinagoga de Zamora».

Zarur argumentó que, al no poder sacar oro ni joyas en 1492, sus antepasados metieron las llaves en la maleta, convirtiéndolas en el único patrimonio salvable. El auditorio se conmovió, pero no todos compraron su historia.

La réplica llegó de inmediato y fue mordaz. El zamorano Bernando Alonso tachó el gesto de provocación y «ganas de enredar«. Con una dosis de realismo frío, señaló lo fácil que es encontrar llaves «arroñadas» (oxidadas) de estilos antiguos en el mercado de antigüedades. Su argumento fue lapidario: un buen anticuario en la plaza podría proporcionar docenas de esas llaves bajo demanda.

Este choque ilustra perfectamente la dualidad de la llave sefardí. Mientras que para la crítica histórica la llave presentada por Zarur es dudosa, para él representa mucho más profundo. Como se desprende de su intervención en Radio Sefarad bajo el título Las llaves de la identidad sefardí, para Zarur estos objetos trascienden sus función mecánica. No se trata solo de abrir una puerta física, sino de sostener una identidad que sobrevivió al exilio. La llave, auténtica o no, actúa como el ancla espiritual de su historia familiar.

Conclusión

Llegados a este punto, ante la evidencia de las crónicas mudas y el análisis frío de los historiadores, podríamos caer en la tentación de descartar la historia de las llaves como una simple invención romántica. Podríamos pensar que, al no ser un hecho arqueológico probado, pierde su valor. Sin embargo, estaríamos cometiendo un error.

Como concluye la investigadora Pilar Romeu, en pleno siglo XXI el mito es ya «imposible de erradicar«, porque ha echado raíces en un lugar más profundo que los archivos: en la identidad. La llave ha dejado de ser una herramienta funcional para convertirse en un «preciado talismán».

Quizás esas llaves oxidadas que hoy se muestran con orgullo en Salónica, Estambul o en un congreso en Zamora no giraron las cerraduras de Toledo, Córdoba o Zamora en 1492. Tal vez fueron adquiridas siglos después en un anticuario o son llaves de otras casas, de otros exilios. Pero su función ya no es abrir una puerta de madera y clavos.

Su verdadera función, la que ha perdurado de generación en generación, es abrir lo que Manuel Vicent llamó el «arca de la memoria«. Sirven para que un descendiente, cinco siglos después, pueda tocar un objeto físico y sentir que su vínculo con Sefarad es real, tangible y pesado.

La llave se ha transformado en un «bellisimo lugar imaginario de memoria«. Un espacio donde la historia y la leyenda se abrazan para sanar la herida de la expulsión. Y en ese sentido, la leyenda es absolutamente cierta: los sefardíes sí se llevaron la llave. No la de hierro que pesa en los bolsillo, sino la invisible, la que ha permitido que Sefarad siga existiendo, no como un lugar en el mapa, sino como una patria en el corazón.