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De Imperios a Naciones

¿Qué ocurrió el 4 de julio de 1934 en el Congreso de los Diputados?

Nos encontramos en un momento político tumultuoso, marcado por las elecciones de 1933, conocido como el «Bienio Conservador» en los libros de texto. En estas elecciones, la izquierda sufrió una derrota ante una derecha unida. Aunque la CEDA obtuvo la mayoría de los votos, fue Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical, quien gobernó en minoría con el apoyo de la CEDA.

Este acontecimiento, que no suele mencionarse en los libros de texto, refleja las tensiones del momento. Es especialmente significativo dado que la izquierda ha perdido el control de la República ante las fuerzas de derecha. Uno de los protagonistas de estos sucesos es Indalecio Prieto, destacado miembro del Partido Socialista Obrero Español durante la II República, quien capturó la atención de los periódicos con sus acciones.

Titular de la noticia de la pistola de Indalecio Prieto
Títular del periódico «El Siglo Futuro»

El 4 de julio de 1934, nos encontramos dentro de la Cámara de los Diputados, donde se está llevando a cabo la última ponencia de una extensa sesión parlamentaria. El clímax llega cuando Gil Robles, líder de la CEDA, culpa a las Cortes Constituyentes y a los gobiernos de Azaña de la problemática en Cataluña, acusándolos de tolerancia e intransigencia.

¿Es que no nos acordamos que en el primer acto de rebeldía de la Generalidad fueron a Cataluña tres ministros para pactar allí? (Grandes aplausos)

– El señor Azaña dió lo que dió porque necesitaba unos cuantos votos de la Esquerra (Nuevos aplausos de los populares, que ovacionan al Sr. Gil Robles puestos de pie).

(ABC, 1934)

En medio de los aplausos que resonaban entre las filas de la CEDA, el diputado socialista por Huelva, Juan Tirado Figueroa, tomó la palabra y dirigió sus críticas hacia Gil. Con voz firme, pronunció las siguientes palabras enérgicas en contra del líder de la CEDA.

– Es un canalla y un farsante.

(ABC, 1934)

Las palabras del diputado Tirado no fueron bien recibidas por el diputado cedista, Jaime Oriol de la Puerta, quien tomó la palabra y expresó lo siguiente en respuesta:

-No estoy dispuesto a tolerarle esa ofensa. O retira usted esas palabras o…

(ABC, 1934)

Ante la solicitud de retractarse, el representante del PSOE por Huelva se negó firmemente, pronunciando las siguientes palabras de rechazo:

Por las buenas le diré a usted que no quería molestarte, por las malas no rectifico una tilde…

(ABC, 1934)

Puñetazo y escándalo dentro de la Cámara

Acto seguido, el espectáculo estaba a punto de comenzar. El diputado Oriol se lanzó hacia Tirado, quien respondió con un puñetazo directo a su barbilla. Los diputados de ambos bandos, tanto derechistas como izquierdistas, se enfrentaron y se propinaron golpes unos a otros. En medio de la confusión, el señor Prieto destacaba mientras saltaba de un escaño a otro, golpeando a diestra y siniestra. De repente, Prieto sacó una pistola y amenazó con disparar al señor Oriol, quien yacía caído sobre un escaño. Aunque no llegó a disparar, se le vio agredir al diputado de la CEDA con el arma en la mano.

Dibujo de Indalecio Prieto apuntando con un arma

Ante la imposibilidad de restablecer el orden, el presidente de la Cámara, señor Alba, abandonó su puesto. La presidencia vacante generó confusión entre los diputados, y animaron al señor Rahola a ocupar el sillón presidencial, pero este rechazó la propuesta. Enseguida, un Secretario anunció que la sesión se suspendía durante cinco minutos. Los diputados, como si estuvieran en los salones de sus propias casas, encendieron sus cigarros y se pusieron a fumar.

Después de transcurrir los cinco minutos de pausa para calmar la situación, el señor Alba regresó a su asiento y reanudó la sesión con un discurso que abogaba por la calma, la dignidad y el amor a la República. Sus últimas palabras se dirigieron al comportamiento del diputado armado. En respuesta a las alusiones, Prieto explicó lo sucedido.

Efectivamente. Hace poco se ha producido un incidente en el que fui uno de los primeros actores, aunque no el iniciador. Hablaba en voz baja nuestro compañero Tirado. De pronto, el señor Oriol y otros diputados han querido agredir a nuestro compañero. Y claro está que no se podía pedir a esta minoría una actitud pasiva ante la agresión a mansalva contra un compañero nuestro. No cumpliríamos nuestro deber si no hubiéramos repelido la agresión. Por lo demás, este incidente no tendría importancia si fuera el único, y sin pedirle que nuestra minoría sea correcta; nadie lo es; todos pecan. Pero nunca las agresiones físicas y morales partieran de esta minoría. Y claro está que tampoco estamos dispuestos a tolerar agresiones de nadie, por muchos que sean. También es cierto que ha habido pistolas. Par lo menos, la mía. Pero he de advertir tete yo he sacado la pistola cuando he visto que frente a mí se esgrimía otra.

(El Socilista, 1934)

Ante estas palabras, el presidente aceptó las explicaciones dadas por Prieto y concedió la palabra al diputado Oriol.

El Sr. Prieto debe declarar quién es ese diputado que ha sacado la pistola. Lo indudable es que el Sr. Prieto esgrimió la suya. Y es intolerable que los socialistas, cuando no tienen argumentos que emplear, apelen a las armas. Dijo, ofensa dirigidas a su jefe, el señor Gil Robles, y a sus compañeros de minoría, a quienes el Sr. Tirado llamó canallas. Y esto dispuesto a no tolerarlo en ningún terreno.

(ABC, 1934)

Por alusiones a Tirado, éste tenía la palabra.

Efectivamente. Yo dije que el señor Gil Robles era un farsante al defender una posición falsa. Lo dije en buen tono. El señor Oriol, entonces, me exigió que retirase esas palabras. Y como yo no tolere exigencias de nadie, surgió el incidente. No tengo más que decir.

(El Socilista, 1934)

Tras estas últimas palabras, el presidente declaró que el incidente en la Cámara de los Diputados estaba zanjado. Este incidente podría haber quedado simplemente como una anécdota más en la historia, de no ser por el hecho de que el portador del arma era el mismo individuo que estaba involucrado en los planes de la revolución de octubre de 1934 en Asturias.

En sus memorias, tituladas «Convulsiones en España», se menciona lo siguiente:

En 1931, a poco de instaurarse la República Española, varios revolucionarios portugueses que vivían en París, trasladáronse a Madrid donde antes los Gobiernos monárquicos no les permitían permanecer. Ya en España, pusiéronse a conspirar contra la dictadura de su país y se las arreglaron para comprar una partida de armas cortas y comprometer la adquisición de otra, mucho más importante, de armas largas con sus correspondientes municiones […] En 1934, los organizadores del movimiento revolucionario, que tuvo por eje al Partido Socialista Obrero Español, para anular el hecho insólito de que se abriera paso hasta el Gobierno a personas que, por ser adversas a los principios fundamentales de la República, se abstuvieron de dar su voto a la Constitución, entramos en negociaciones con los portugueses. Hallábanse éstos persuadidos de no poder liberar el cargamento estancado en Cádiz, y como con las pistolas de Madrid maldito si podían hacer nada de provecho nos lo cedieron todo. Pagarónseles en el acto las armas cortas y en cuanto a las largas fue transferido el contrato a un francés, amigo nuestro, quienes presentándose en Cádiz y previo pago concertado, se hizo cargo de ellas. Lo divertido de este caso fue el Gobierno de entonces, ávido de deshacer aquel lío administrativo de una venta de armas a Abisinia, metía prisa para entregar cuanto antes fusiles que habían de utilizarse contra él.

(Prieto, 1967)