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DE IMPERIOS A NACIONES

Agnès Sorel, algo más que la «amante del rey»

En la imaginación popular las amantes reales representan, por un lado, el lujo, el glamour y el poder; por otro, es símbolo de intriga política, disimulo y depravación. Sin embargo, nuestra protagonista aparece como una excepción que rompe con este estereotipo. A diferencia de las amantes reales que la sucedieron, Agnès Sorel es representada moralmente distinta. Varios puntos que podemos destacar:

  • Usó su influencia de manera positiva. Como veremos más adelante inspiró a Carlos VII a reconquistar Francia.
  • Según algunos autores como Chateaubriand o Cayot Délandre, la describe como «útil para el príncipe y la patria», lo cual nos muestra que no era egoísta ni codiciosa.
  • Su conducta fue considerada «decente y sobria», y se le recuerda como una favorita «modesta y respetuosa»

Actualmente Agnès es una figura destacada en la cultura popular, sin embargo, dicha popularidad no fue inmediata, sino construida y consolidada en el tiempo. La memoria de Agnès fue mantenida por un círculo íntimo, familiares y amigos. No fue hasta el siglo XVI, en la corte de Francisco I, cuando comenzó a adquirir mayor estatus. La figura de Agnès es un claro ejemplo de como la memoria colectiva puede rescatar o recrear a una figura histórica a través de relatos, afectos y símbolos compartidos.

A pesar de las lagunas documentales. Agnès se ha consolidado como ideal de la amante real. Esta construcción comenzó poco después de su muerte, pero se consolidó plenamente a partir del siglo XVI. Fue representada en el arte (como en el Díptico de Melun), adoptada en novelas de corte galante y asociada con la identidad nacional francesa.

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La fuentes primarias para el estudio de Agnès Sorel

Las crónicas contemporáneas y cercanas en el tiempo a la figura de Agnès Sorel constituyen una de las fuentes más valiosas para comprender la percepción que de ella tuvieron sus coetáneo, así como los elementos centrales que definieron su figura pública en la corte de Carlos VII. Si bien no todos los cronistas de la época la mencionan, es indudable que la atención que Agnès recibió en estas fuentes supera con creces la que cualquier otra mujer de condición similar obtuvo en el mismo periodo.

Entre los cronistas que se ocupan de esta figura histórica y fueron contemporáneos a ellas o escribieron medio siglo después de su muerte, por tanto, con acceso a testimonios de personas coetánea a ella, se encuentran nombres como Jean Chartier, Olivier de La Marche, Georges Chastellain, Jacques Du Clercq, Thomas Basin, Nicole Gilles, Jean Juvénal des Ursins, Jean Le Clerc, Sébastien Mamerot, Robert Gaguin y el papa Pío II, entre otros.

La mayoría de estos cronistas coinciden en describirla como una mujer de una hermosura excepcional. La llamaban la belle Agnès y algunos, como el papa Pío II, la retratan como siempre presente junto al rey: en la mesa, en la cama e incluso en sus consejos. Aunque no hay pruebas de que participara en decisiones políticas, su influencia era evidente por su posición privilegiada.

Varios autores critican el lujo excesivo que la rodeaba: vestía con tocados altísimos, joyas y vestidos con grandes escotes, provocando la desaprobación de los sectores más conservadores de la corte. Algunos la acusaban de haber corrompido las costumbres de la nobleza, convirtiéndose en símbolo de vanidad y ostentación.

En cuanto a su relación con la reina, las crónicas no se ponen de acuerdo. Mientras unos aseguran que la reina María de Anjou toleraba la presencia su presencia, otros afirmaban que sufría en silencio y compartía su dolor con otras mujeres de la corte.

También en las crónicas se menciona su conflicto con el delfín Luis, el futuro Luis XI, quién había llegado a abofetearla e incluso, según algunas versiones, podría haber estado implicado en su muerte. Aunque no hay pruebas firmes, su fallecimiento repentino en 1450 alimentó rumores de envenenamiento, que persistieron durante siglos. Finalmente, los cronistas coinciden en lo joven que murió Agnès. Tras un viaje para advertir al rey sobre una posible traición.

¿Quién era Agnès Sorel?

Agnès Sorel nació hacía 1425 en Thourotte, en la región de Picardía. Su padre, Jean Soreau, era consejero del conde de Clermont en 1425, una posición que lo vincula con la alta nobleza y, en particular, con la casa de Borbón y la corte de René de Anjou, cuñado del rey Carlos VII. La madre de Agnès, Catherine de Maignelais, chatelaine de Verneuil, descendía del señor de Maignelais. La pareja tuvieron cinco hijos, de ello cuatro varones.

El primer rastro documental de Agnès aparece en una cuenta doméstica de la duquesa de Isabel de Anjou, correspondiente al primer semestre de 1444, donde se la menciona como «Agnès sorelle», empleada con un salario modesto. Aunque su papel era menor o tal vez de corta duración, este documento establece que aún servía a la duquesa al menos hasta enero de 1444. Las crónicas también la presentan como «amada y criada desde niña» por Isabel de Lorena, lo que sugiere que Agnès creció dentro del entorno de la alta aristocracia, aunque en una posición subordinada.

Encuentro con el rey y ascenso en la corte

Fue hacia 1444 o poco después cuando Agnès Sorel ingresó al círculo íntimo del rey Carlos VII, probablemente a través del servicio de la reina María de Anjou. La relación con el monarca comenzó poco después de la tregua de Tours con los ingleses. De forma extraordinaria para su época, Agnès no fue una amante oculta sino una figura plenamente visible, celebrada y también criticada.

La atracción del rey fue inmediata e intensa. Agnès recibió tierras, joyas y un séquito digno de una princesa: castillos como Beauté-sur-Marne, Issoudun o Vernon-sur-Seine fueron parte de su dote real. Un testamento nos ofrece un retrato vívido de su riqueza. Poseía vajillas de plata, tapices, candelabros, cofres decorados, cristales, ropa de cama de gran calidad y vestidos forrados de armiño. Su influencia fue tal que incluso acompañó al rey en expediciones militares, incluida la campaña en Normandía en 1449-1450. Algunos cronistas le atribuyen un papel inspirador en la revitalización del monarca, atribuyéndole un efecto casi milagroso sobre el ánimo de Carlos VII tras años depresión, conocido como «melancolías».

Recreación facial de Agnès Sorel. En ella podemos apreciar su gran belleza.
Belleza, moda y escándalo

En 1444, dejó constancia de su devoción y su posición privilegiada al realizar generosas donaciones a la colegiata de Saint-Ours en Loches. Entre ellas figuraban una cruz de oro que contenía un fragmento de la Vera Cruz y una estatua de María Magdalena en plata dorada. Este gesto reforzaba su valor de dama piadosa y benefactora.

En la corte ejerció el papel de intercesora. Gracias a unas cartas sabemos que solicitó favores y protecciones para personas de su entorno. Sabía utilizar su influencia con discreción. Además, en 1448 el papa Nicolás V le permitió viajar con altar portátil, muestra de su reconocimiento a la posición excepcional que había alcanzado.

Agnès tuvo una red de influencia que alcanzaba tanto a hombres poderosos (Brézé, Chavelier, Coeur) como a jóvenes nobles emergentes (mignons). A partir de la revuelta de la Praguerie, Carlos VII comenzó a rodearse un grupo de pequeños nobles, jóvenes y sin fuertes vínculos con conflictos pasados. Unos de esos mignons fue Olivier de La Marche, quien, según él, Agnès le habría ayudado a elevarse en la corte.

Tensiones políticas y muerte repentina

Su posición como favorita no estuvo exenta de conflictos. La presencia de Agnès generó tensiones, en especial con el delfín Luis, futuro Luis XI. Según relatos contemporáneos, fue objeto de resentimiento por parte del heredero, y algunos cronistas, como Pío II, insinúan que su muerte podría haber provocado por el delfín, aunque esta acusación carece de pruebas sólidas. Sabemos que antes de que naciera un odio irreconciliable, el joven delfín intentó congraciarse con Agnès. El futuro Luis XI le regaló tapices para conseguir su favor y, quizá, con la intención de influir en su padre a través de ella.

En 1449 se rompe la tregua con Inglaterra. La causa fue que el 24 de marzo el mercenario François de Surienne tomó Fougères, lo que motivó a Carlos VII a preparar la recuperación de Normandía. En esos momentos, Agnès permanecía en Loches, donde el rey la dejó al cuidado de Guillaume Gouffier. El rey partió desde Razilly en mayo de 1449 hasta llegar a Les Roches Tranchelion el 17 julio, donde reunió a su Consejo. Este envió embajadores exigiendo reparaciones, sin embargo, fueron rechazados y estalló la guerra. El 10 de noviembre de 1449 Carlos VII entró en Ruan. Desde Montivilliers, el cual los ingleses capitularon y entregaron la ciudad el 25 de diciembre, vigiló el asedio de Harfleur (8 de diciembre). El 5 de enero Carlos VII se instaló en la abadía de Jumièges (a unas cinco leguas río abajo de Ruan)para preparar el asedio de Honfleur

A finales de 1449 o principios de 1450 Agnès, estando muy embarazada, recorrió unos 350 km desde Loches hasta Jumièges para reunirse con el rey. El motivo de tan arduo viaje fue advertirle de que había personas que querían traicionarlo y entregarlo a los ingleses; el rey, no obstante, como respuesta se rió de la advertencia. ¿Existió dicho complot? Era plausible de que existiera una complot en la corte, sin embargo, no tenemos evidencias concretas de que se estuviera planeando.

A los poco tiempo de su llegada, Agnès sufrió un dolor estomacal. Según la deposición de su confesor, el agustino Maestro Denis, Agnès se arrepintió de sus pecados, evocando a María Magdalena como modelo de penitencia. A continuación, recibió los sacramentos, pidió su libro de oraciones para leer versos de San Bernardo y realizó peticiones para la distribución de limosnas. Por último, nombró ejecutores de su testamento a Jacques Coeur, Rober Poitevin y Étienne Chevalier.

Al ser consiente de que empeoraba, llamó a las personas que la rodeaban, quienes eran Tancarville, esposa de Pierre de Brézé, Gouffier y sus damas. Unas vez estaban allí presente pronuncio estas palabras: es cosa pequeña, podrida y fétida, nuestra fragilidad. Se conocía que padecía de lombrices redondas (un trastorno intestinal grave en la época). Finalmente soltó un gran alarido y murió.

¿Dónde fue enterrada Agnès Sorel?

El rey encargó dos tumbas. En una depositó el corazón de Agnès en la iglesia de Jumièges, de acuerdo con sus ultimas voluntades. Para alcanzar dicho fin, Agnès hizó una gran donación a la abadía. Esta tumba fue dañada y destruida durante la Revolución. La tumba era una losa de mármol negro, elevada tres pies sobre el suelo. Encima había una escultura de Agnès arrodillada en mármol blanco ofreciendo su corazón a la Virgen. En la base de la tumba se alzaba otro corazón de mármol.

El cuerpo de Agnès Soler fue enterrada en la iglesia de San Ours, en Louches. Su tumba persiste, aunque fue dañada durante la Revolución y restaurada por Pierre-Nicolas Beauvallet. La parte restauradas fueron la nariz, la oreja, las manos, gran parte del cuerpo, las alas y manos de los ángeles, la cabeza de cordero a la derecha, el hocico del de la izquierda y los cuernos de ambos. La escultura podemos observar a Agnè tumbada con las manos unida al pecho y acompañada de dos ángeles y dos carneros, una a cada lado. Algunos cambio significativo son el añadido de la corona, cuando antes tenía una simple cinta y en las manos, donde en vez de ir unidas, portaba un libro.

Tumba de Agnès Sorel en St. Ougs in Ladles

Descendencia y legado

Tuvo tres hijas con Carlos VII, todas reconocidas legalmente, y cuya legitimidad fue confirmada también por Luis XI. Una de sus sobrinas, Antoinette de Maignelais, la sucedió en el papel de favorita real.

Su relación con el rey tuvo un efecto directo en la prosperidad de su familia. Tras su muerte, la madre obtuvo una pensión, y su tío Geoffroy alcanzó altos cargos eclesiásticos, llegando a ser obispo de Nimes. Sus hermanos también fueron favorecidos: Charles ocupó un puesto en la corte, Louis sirvió como escudero real, Jean fue nombrado Gran Monterero de Francia y el menor, André, recibió 5.000 libras para su manutención y un canonjía en París.

La figura de Agnès no cayó en el olvido. Aunque durante un tiempo su recuerdo circuló principalmente en contextos familiares, en el siglo XVI fue reivindicada por la corte de Francisco I, y su imagen se convirtió en símbolo de belleza y poder femenino. Su posible retrato aparece en el famoso Tríptico de Melun, pintado por Jean Fauquet, donde se la muestra con un seno descubierto, símbolo tanto de maternidad como de ideal estético.

Finalmente, estudios forenses realizados en 2005 confirmaron su muerte por intoxicación por mercurio, reavivando el interés sobre las posibles intrigas en torno a su desaparición.