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De Imperios a Naciones

La primera burbuja especulativa: la tulipomanía

Si pensamos en el tulipán, en esa flor hermosa, seguro que se nos viene a la mente las fotografías de mares de flores que decoran en los meses de marzo a mayo grandes extensiones de terreno en Holanda. Sin embargo, sabemos que esta flor, cuyo mayor productor actualmente es Holanda, procede de Asia Central, de las estepas de Armenia, Persia y regiones del Cáucaso. De ahí se extendió a Turquía, Irán y China y de los montes de Kazajistán pasó al norte de África y sur de Europa. Ahora bien, tal es la importancia del bulbo para los holandeses, que durante la Segunda Guerra Mundial el bulbo de tulipán pasó a ser un alimento indispensable.

¿Cómo llegaron los tulipanes a Holanda?

El tulipán toma su nombre de la palabra turca Tülbent, la cual significa turbante por su parecido a los turbantes bulbosos de un sultán. Sobre la llegada del tulipán a Europa, ésta sigue siendo discutida. Sin embargo, la más aceptada fue que Ogier Ghislain de Busbecq, embajador austriaco en Turquía, trajo consigo unos bulbos en 1544 que plantó en los jardines imperiales de Viena. El cuidado del jardín imperial recayó en Charles de L´Ecluse, más conocido como Carolus Clusius, quien se encargó de introducir el bulbo de tulipán en los Países Bajos. Éste mantuvo el puesto hasta 1576 cuando Rodolfo II, en su toma de poder, decidió acabar con el jardín para montar en su lugar un campo de entrenamiento.

En 1593 Carolus Clusius aceptó un puesto como profesor de botánica en en la Universidad de Leiden (Países Bajos). En su nueva residencia se dedicó a la enseñanza y al cuidado de plantas, entre ellas, los bulbos de tulipanes. Sin embargo, el hecho de que se extendiera el bulbo por los Países Bajos tuvo que ver más con varios robos. Durante la medianoche, el jardín de Clusius era asaltado para llevarse algunos bulbos de tulipanes y poder venderlos. Un día le robaron todos sus bulbos; cerca de 100 bulbos que tenía guardados en el cobertizo. Gracias a este robo (que a Carolus Clusius no le hizo mucha gracia, la verdad sea dicha) el cultivo del tulipán empezó a extenderse por todo el país. La tierra cultivable fue idónea para la crianza de los tulipanes, puesto que era arenosa debido a que la tierra fue ganada al mar.

Charles de L´Ecluse (Carolus Clusius)

¿Qué fue lo que hizo popular al tulipán?

En principio, el gran interés por la botánica, sobre todo por las plantas exóticas. Además, el cultivo de plantas y jardinería se convirtió en un pasatiempo asociado a la realeza, intelectuales y clases altas. Otro motivo fue la distinción de algunas flores con colores variados. Para que nos entendamos, un bulbo puede producir varios bulbos, que al sembrarlos dan como resultado una flor similar a la anterior.

Los colores eran básicos: rojo, naranja, blanco, etc. Sin embargo, algunas veces la flor presentaba varios colores. Esta diferenciación fue lo que llevó a que su precio se disparase. En su momento, aquellos agricultores no tenían ni idea de qué era lo que provocaba aquellos cambios en la flor, pero a día de hoy sabemos que fue una enfermedad llamada «virus mosaico», transmitida por el pulgón. Esta enfermedad fue transmitida de bulbo a bulbo. Otro motivo que despertó el interés del público por esta flor pudieron ser las propias publicaciones científicas y literarias de Clusius, como su libro Exoticorum libri.

¿Qué fue la tulipomanía?

El bulbo de tulipán paso a ser un artículo codiciado entre las personas acaudaladas. El precio que empezaron a pagar por aquellos bulbos acabó por convertirse, más tarde, en un infierno para la economía del país. Pagaron auténticas burradas por un solo bulbo, como extensiones de terreno o casas. Incluso, nació una nueva práctica bautizada windhandel (negocio del aire). ¿En que consistía? Pues en la compra de bulbos que aún no se habían desarrollado, en otras palabras, compraban el derecho del futuro tulipán. En la actualidad, esta práctica que suponía una auténtica novedad es lo que hoy conocemos como contratos de futuros.

Para una mayor comprensión lo exponemos de la siguiente forma: el primer comprador adquiere un bulbo aún sin nacer. Éste, bajo notario, pagaba una parte y en el momento en el que obtenía el bulbo pagaba el resto. No obstante, este primer comprador, antes de recibir el bulbo, podía ir y vender el derecho de compraventa a un segundo, quien pagaba de la misma forma. Esta práctica podía repetirse una y otra vez hasta llegar al último comprador, que en su caso sería el noble antojado por su bulbo. Ni que decir que por cada intermediario el precio del bulbo aumentaba y que sería este último quien pagaría lo de los demás compradores dejándoles un beneficio.

El comienzo de la tulipomanía

El inicio de la burbuja especulativa fue a partir de 1630, cuando los precios comenzaron a subir, hasta 1636, cuando estallaron los precios alcanzando en una compra unos beneficios del 1.100%, de tal forma que en una única transacción podían adquirir el sueldo de unos años (teniendo en cuenta que el salario medio de un trabajador era de unos 150 florines anuales). Muchas personas vieron una oportunidad de oro y dejaron a un lado sus labores para dedicarse a la compra-venta de bulbos. Estas personas dedicadas al cultivo del tulipán no requerían muchos terrenos, pues con medio acre era suficiente. Sin embargo, muchos de estos nuevos comerciantes no poseían dinero y para ello recurrieron a préstamos o hipotecas de vivienda, terrenos o pertenencias.

Por otro lado, surgieron los rhizotomi, que fueron personas que se dedicaron a buscar en el campo bulbos y tulipanes raros con la finalidad de venderlos por una cuantía suculenta a granjeros, distribuidores y coleccionistas. La obtención de bulbos y tulipanes silvestres era una práctica legal.

El coste del bulbo tenía que ver con la variedad y, sobre todo, con la rareza. En las más raras el precio subía como la espuma, llegando a pagarse 6.000 florines. El precio variaba según la variedad. De más barato a más caro: un Admiral Van der Eyck costaba 1.260 florines, Childer unos 1.615, Viceroy unos 3.000, Admiral Liefken unos 4.400 florines y Semper Augustus unos 5.500 florines. Esta última era la joya de la corona e, incluso, un bulbo de baja calidad podía costar 2.000 florines.

En el caso del comprador, hubo ocasiones en las que no disponía de suficiente dinero como para pagar la cantidad acordada, por lo cual empezaron a pagar en objetos y propiedades. Un ejemplo es la lista de objetos como pago por una sola raíz de la especie Viceroy. La lista es la siguiente:

  • 2 carros de trigo
  • 2 carros de centeno
  • 4 bueyes gordos
  • 8 cerdos gordos
  • 12 ovejas gordas
  • 2 barricas de vino
  • 4 barriles de cerveza
  • 2 toneladas de mantequillas
  • 1.000 libras de queso
  • Una cama doble
  • Un baúl lleno de ropa
  • 1 copa de plata

El total de los objetos eran 2.500 florines (actualmente unos 18.234 euros). Un precio desorbitado para un simple bulbo.

La Semper Augustus fue la más codiciada. Sabemos que en 1633 un solo bulbo costaba 5.500 florines, mientras que en 1637 su valor era de 10.000 florines, lo suficiente para comprarte una de las mejores casas en Ámsterdam, con huerto y jardín. La locura por conseguir tulipanes raros llevó a cultivadores a probar diferentes métodos, como enterrar los bulbos en brebajes caseros compuestos por tierra, arena, conchas y excremento de palomas o mojar los bulbos en vino, orina u otras sustancias.

Ilustración de Semper Augustus

La fiebre del tulipán llevó incluso a personas a la cárcel, como un marinero, que entró en una tienda donde halló un bulbo en el mostrador. Pensando que era una cebolla lo cogió y se lo llevó. Para cuando su dueño se dio cuenta el bulbo estaba de camino al estomago del marinero. Seguro que el desayuno del marinero fue el más caro de su vida, en concreto 6.000 florines (aproximadamente unos 43.761 euros). El dependiente, como fue de esperar, actuó presentando cargos contra él. Finalmente, el marinero acabó encerrado durante unos meses. No se comió un bulbo cualquiera, sino que fue un Semper Augustus.

Pasó también que un inglés aficionado a la botánica observó en el jardín de un rico holandés un bulbo de tulipán. El señor, que no sabía lo que era, se adentró para observarlo. No sabía en el lío en el que se iba a meter cuando sacó su navaja y se dispuso a córtalo a capas. El bulbo estaba a la mitad de su tamaño en el momento en el que lo cortó por la mitad para su observación.

Justo en ese momento el dueño se abalanzó sobre el inglés y furioso preguntó lo que estaba haciendo allí. El inglés que no tenía ni idea de lo que le venía encima contestó «Pelar una cebolla muy extraordinaria». La respuesta del Holandés os la podías imaginar al saber que lo que estaba pelando era un Admiral Van der Eyck cuyo coste era de 4.000 florines. El pobre inglés acabó ante el magistrado, que lo condenó a la cárcel hasta pagar los costes del bulbo.

El motivo de la explosión de la burbuja

Los precios subían y subía hasta el punto de que el 5 de febrero de 1637 en una subasta en Alkmaar se vendió una colección de bulbos por 90.000 florines. Sin embargo, dos días atrás en la subasta de Haarlem no se vendió ni un solo tulipán. Este hecho hizo que a más de uno les saltaran las alarmas, pues podían estar ante el fin de la burbuja. El motivo principal fue las subidas de los precios a unos niveles grotescos, los cual llevó a que los únicos interesados en comprar fueran los propios especuladores. En el momento en el que éstos sintieron que no merecía la pena pujar, ya que no le dejaba beneficio, dejaron de comprar. Esto provocó el quiebre del mercado.

Crisis del tulipán

El pánico entre los comerciantes fue latente. Muchos estaban en posesión de una deuda y unos futuros bulbos a los que no podrían sacar rendimiento. Las consecuencias no tardaron en aparecer. Algunos nobles acabaron en la pobreza y aquellos que decidieron meterse en el negocio para salir de ella retomaron su antiguo puesto. La depresión fue generalizada hasta el punto, en los casos más extremos, del suicidio.

Ante tal situación, el gobierno intervino con el fin de paliar las consecuencias del desplome del mercado. Una de las medidas que se adoptaron en un primer momento por unos diputados locales reunidos en Ámsterdam fue la anulación de los contratos redactados antes del 30 de noviembre de 1636. Aquellos redactados después de esa fecha fueron despojados de su cumplimiento a cambio del pago un 10% de lo acordado al vendedor. Esta medida no resultó ser muy aclamada por los comerciantes, los cuales pensaban sacar grandes beneficios. La opción que tomaron fue la de demandar por incumplimiento de contratos.

Ante una avalancha de demandas el Tribunal de Holanda intervino suspendiendo temporalmente los contratos pendientes. Como no había un tribunal capaz de perseguir a los morosos, la mejor opción era la anterior descrita. Este asunto llegó hasta el Consejo Provincial de La Haya que determinó una solución un tanto inútil. No fue hasta enero de 1638 cuando establecieron un comité dedicado al cumplimiento de los pagos pendientes conocido como Commissarissen van de Bloemen Saecken (Comisionados de Asuntos Florales) de Haarlem. Además, los contratos futuros pasaron a ser opcionales, donde el pagador tenía la opción de pagar la totalidad acordada o negarse a cumplir el contrato a cambio de pagar una comisión del 3,5%.

La economía holandesa no fue la única en verse afectada por la especulación. A pesar de considerarse la primera burbuja especulativa de la historia (de la que se tenga constancia), no fue la única. El caso más reciente fue la burbuja inmobiliaria en España, la cual estalló en 2008 provocando grandes consecuencias económicas y sociales. Pensamos que ésta tampoco será la última, ya que no estamos dispuestos a aprender de los errores del pasado. Y tú, ¿qué opinas?

Bibliográfia

[1] MACKAY, C. (2009), Delirios populares extraordinarios y la locura de las masas, Profit, Barcelona.
[2] GARBER, P. M. (1989), «Tulipmania», Journal of Political Econmy, 97, pp. 535-560.
[3] GOLDGAR, A. (2008), Tulipmania: money, honor and knowledge in the dutch golden age, University of Chicago, Londres.